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Revelaciones bajo la lluvia, Acrílico sobre lienzo. 60cm x 90 cm
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Virgen en dos tiempo. Acrílico lienzo, Díptico, 60cm x 20cm
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Musa Paradisica, Acrílico sobre tela, 50cm x 70cm.
¿El discurso de la muerte o el discurso de la identidad?
¿El discurso de la muerte o el discurso de la identidad?
Sobre la obra creativa del grabador cubano Julio César Peña.
Por Hanna G.Chomenko
El grabador cubano Julio César Peña (1969) ha mantenido una intensa vida creativa por más de diez años. Nacido en Holguín y de formación autodidacta, se arraigó en la Habana Vieja, el barrio San Isidro, de manera que este ha sido el entorno de convivencia social y cultural que ha matizado su existencia.
Esa actitud psicológica, de enfrentar la muerte, sin negaciones absurdas, es una estrategia de vida, consustancial a su carácter pues creció en un entorno donde la convivencia era, puro desafío. No es de sorprender, que una vez incorporado al Taller Creativo de Antonio Canet en 1995, saliera de su mano un dibujo con regusto humorístico, en mordaz loa a los placeres de la vida. Una pareja de calaveras, haciendo el amor en pleno cementerio, sella –sin sospecharlo– el sucesivo camino de su creación. Su intención de eternizar el goce de la vida, aún después de la muerte, se transformó irremediablemente en un discurso personal.
Es Canet, quien introduce a Julio en la obra del mexicano Guadalupe Posada y le permite llegar al umbral de las infinitas tangencias. Una imagen, una reproducción en algún libro de arte, pudo evaporar distancias geográficas y temporales, para crear un lazo entrañable, casi íntimo, entre lo ya hecho por la mano oficiosa de Posada y este sucedáneo non nato, gestándose en la mano de Julio. El maestro coloca la primera piedra de una indagación que el artista no ha concluido. Podía haberle brindado otros referentes, pues la muerte es un tema universal de la expresión humana. ¿Acaso vio, más que analogías formales, conexiones más hondas? Lo que fue en un principio un homenaje involuntario, con un dibujo jaranero, se convirtió en un referente obligado y una búsqueda consciente, por parte del creador cubano. Amén las esenciales diferencias entre Julio César Peña y Guadalupe Posada, existe una sintonía raigal en la obra de este último que permitió su impronta en la sensibilidad del artista cubano. Claro, la obra de Posada es una lección para cualquier grabador novel, pero fue el aspecto humano, vivencial, lo que resultó una revelación. Julio no encontró, a la muerte angustiosa, sino al muerto, al ser humano descarnado en toda su esencia natural; encontró la realidad humana subvertida, y eso estaba totalmente a tono con su espíritu, forjado en la quemante fragua de “la calle”; un dibujante autodidacta, empapado hasta el hueso, de ese matiz agridulce que se filtra de lo marginal a lo popular.
Julio César se expone a un ejercicio de autognosis y reafirmación, donde su identidad, personal y social se ven escrutadas. Con la figuración de Posada, se revela ante él toda una tradición popular, anclada en valores identitarios:la tradición del Día de Muertos.Inmediatamente experimenta un proceso simultáneo, de identificación-diferenciación; reconociendo los factores comunes y buscando aquellas diferencias, que le obligarán, a echar mano de su propia identidad cultural, social e individual a favor de una brecha comunicativa con el público cubano, abocado a los avatares del siglo XXI.
Pasó de ser sujeto de la cultura, a sujeto de identidad .En su caso, la representación de la muerte como expresión sociocultural de su contexto y momento histórico, supone un proceso de autorreconocimiento, en el sentido ontológico, y también responde a la identidad como convención, en la medida que toma aquellos códigos establecidos de común acuerdo, que permiten establecer nexos comunicativos. Códigos culturales nacidos al calor del permanente bullir de la identidad culturalcubana que le permitenalcanzar una dimensión colectiva.
Una representación asimilada en virtud de su universalidad, inmediatamente es opuesta a lo contingente: el aquí y el ahora. En su desarrollo, Julio va «internalizando» su contexto sociocultural, a partir de una construcción común de significados, junto a los grupos humanos que van compartiendo su experiencia cognitiva, demostrando el presupuesto vigotskyano de que el significado es un producto colectivo, proceso de índole cultural que inicialmente tiene lugar en el plano social y luego en el sicológico. Dicho significado internalizado, fue identificándose y diferenciándose de la obra de Posada, pero sobre todo actualizándolo con elementos y recursos de su propia inmediatez. No hay que olvidar, que los inicios de este creador en el grabado, coinciden con un momento de la historia nacional, calificado como Período Especial. En este contexto las calaveras de Julio emergen como la expresión de una sensibilidad colectiva, «…de una sociedad asaeteada por la vocación de resistencia de una parte y de la otra, por la precariedad».
Permeado por la marginalidad y delincuencia que dominaba el barrio donde creció, se tornó un hombre muy violento, pero su nueva perspectiva, reconfiguró sus representaciones mentales y enriqueció axiológicamente su visión del mundo, por el cambio que generó el arte en su vida personal y profesional. Me confiesa en una entrevista que la cultura lo salvó. El descubrimiento del grabado, marca un punto de giro; comienza a percibir su contexto desde otra perspectiva y su acción creadora, devieneen esa necesidad de convertirse en cronista de su barrio, de sus habitantes. Se erige en intérprete de su medio sociocultural, descubre las coordenadas de una identidad colectiva de la que se siente parte. Se plantea, «…trasladar una experiencia. Si yo lo vivo, por qué no hacer que otros lo vivan. Esa es mi obra, la vivencia.La identidad y el calor humano de barrios, como San Isidro no es accesible a quien no pertenece a este circuito. Julio César descubre su belleza y decide convertirlos en el motivo de su arte. Así surgen Fiesta en San Isidro, 2000 y Rumberos del Momento, 2001 que según su testimonio, realizó al cabo de tres meses de estar frecuentando una peña de rumba, allí.
Desde un enfoque sociocultural, su proceso creativoresponde, tanto a factores sociales, como culturales, propios de los contextos, ambientes y espacios, donde ha transcurrido su vida. Respondiendo al carácter social que tiene todo proceso cultural, estos factores están implícitos en la interacción de Julio César con individuos y grupos. Conociendo el entorno sociocultural del creador cubano, es posible comprender su experiencia artística creativa.
Si el lenguaje es esencial en procesos de pensamiento y comunicación, es comprensible que el desarrollo cultural de él como individuo, estuviera en gran medida condicionado por ese contexto.
Unamuno, aseveraba que «cuando las vivencias son descubrimientos, hay creación»; y en el caso de Julio César, su vida diaria devino en franco descubrimiento. Tanto el entorno sociocultural de su barrio, como el contexto sociocultural de laHabana Vieja en mayor escala y las políticas culturales a nivel nacional, a través de instituciones como la escuela, las casas de culturas y los talleres, entre otros, tuvieron una repercusión directa en los procesos de pensamiento y representación de su entorno circundante. Estos factores socioculturales inciden en él y por tanto en su obra, pero no como un calco de la realidad.Julio internaliza los significados construidos socialmente y estos constituyen el caudal a partir del cual edifica su proceso creador. De esta forma su relación con la realidad no es de contenidos, sino de correspondencias y semejanzas de «estructuras mentales», no supone, una analogía entre su obra y su contexto, sino una homología entre el contexto sociocultural generador de estructuras mentales y su obra.
La capacidad innata en Julio, para el dibujo y el pensamiento en imágenes, fue potenciada y transformada, por esa interacción social que significó el trabajo el taller y el contacto con las artes plásticas en general. Una vez inmerso en el proceso creador, se opera un cambio radical en su comportamiento y forma de pensar, como advertía Goethe, “lacreación es libración y superación a la vez; la autocatarsis conlleva a una purificación de nuestro mundo interior a través de la sublimación poética, suponiendo una especie de higiene moral que libera de sentimientos negativos, enaltece y suprime de nuestro propio ser la escoria humana.”En el proceso creativo de su obra, «la sensibilidad activa o reactiva es lo que mueve al artista a realizar su obra» . Es lo que hace a Julio, descubrir la belleza de un barrio marginal, en la cotidianidad; para convertir lo adverso, en toda una apología de la vida, porque ya decía Marcelo Pogolotti, que «la obra es derivación y contraste, a la vez».
Julio César echa mano a elementos propios de la identidad cubana, para hacer efectiva la comunicación y contextualizar el ícono de la calavera. Su obra, además de sus valores artísticos y estéticos, se constituye en inventario completo de la actividad humana habanera. Las relaciones humanas, las comunicaciones, la alimentación, el trabajo, el esparcimiento, la religión, las relaciones interaciales, los ademanes, las vestimentas y peinados son vivenciados por el creador para luego ser representados, como manifestación de la psicología social de ese ser cultural, que permanece a través del tiempo dentro de cada uno de nosotros, y al mismo tiempo, se redefine en cada segmento de la actividad corriente. El proceso creador del artista, en la forma de representar su vida cotidiana y la de quienes lo rodean, se concreta en formas culturales, variantes de identidad, que se van gestando de forma contingente y son documentadas a través de su experiencia artística creativa. La actividad de este creador como sujeto actuante, y su obra, en tanto producto material y espiritual de esa interacción sociocultural, se deben al contexto espacio temporal que le ha tocado vivir, a las transformaciones ocurridas en Cuba en todos los ámbitos.Tanto la actitud ante la muerte, su conceptualización, su representación, como la identificación con la obra de Posada, son expresiones de transformaciones de naturaleza sociopsicológicas, asociadas al fenómeno de la identidad cultural cubana.
Peña, ha logrado una evolución gradual en el orden connotativo, ha sido cada vez más agudo en la selección de sus motivos, describiendo una trayectoria ascendente desde el reflejo impresionista de personajes y prácticas populares tradicional, hasta problemáticas socioculturales. Ha sido capaz de trasladar ese proceso de autorreconocimiento de la identidad a nivel personal, como experiencia ontológica, a una dimensión colectiva, sociológica, logrando que se reconozca en sus cuadros el cubano, desde aquellas conductas y prácticas históricamente identificadas con nuestra identidad.
Cuando Julio convierte al rumbero del solar, al rasta, a los hombre y mujeres que hacen cola tras una pipa de cerveza; a la torcedora de tabaco; la quinceañera con su sombrilla y vestido con corsé; al personaje singular que atrae la mirada del turista, y otros personajes anónimos o populares que deambulan por La Habana, en protagónicos de su discurso artístico, está reafirmando el sentimiento de existencia de estos individuos o grupos humanos, denotando y connotando su identidad, contribuyendo a un proceso de autorreconocimiento a escala sociocultural. Destaca subgrupos sociales y étnicos dentro del compuesto transculturado que es nuestra sociedad, que a manera de agregados, se incorporan, desde lo que una vez fueron conductas y prácticas al margen de la identidad oficial, y pasan a enriquecer y actualizar, el perfil del cubano contemporáneo. En este caso, cuando el artista asume como discurso racional su vida cotidiana; y en franco ejercicio idencialexperimenta la vivencia del otro como propia, para lograr representarla con total credibilidad, como expresión espiritual y material de toda una comunidad, está asumiendo y difundiendo nuestra identidad cultural.