Poesía brutal
(Reseña sobre la Muestra antológica que tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes en La Habana, Cuba del artista español Luis Eduardo Aute.)
Por Hanna G.Chomenko.
No es posible ceñir el torrente de una vida al sinuoso recorrido que prescriben las paredes de un museo, pero a quien ofrece una mirada comprometida le es dada al menos, la gracia de su rumor. Y más, si suelta las recias amarras que sujetan la armadura del ciudadano anónimo; con certeza la secreta desnudez liberada se dejará llevar por el flujo irresistible de esa poesía brutal que se respira en las Transfiguraciones de Luis Eduardo Aute.
Una muestra que sin remedio, imanta y reúne, al menos por instantes, el montón de fragmentos del ser íntegro que fuimos alguna vez antes que cometiéramos el descuido de dejarnos caer de nuestras propias manos.
Agudeza perceptual, viva reflexión, y expresión enérgica: la muestra antológica de la obra plástica de Luis Eduardo Aute es el sabor mismo de la intensidad. Temeraria introversión, que por momentos puede parecer pueril de tan entrañable. Pues suele pasar que el universo de las formas reconocibles sabe a poco cuando el alma es un bote que hace aguas y el mar la intensidad del sentimiento. Hay veces que todo se reduce a la desesperada impronta de quien zozobra. Sobre la arena del náufrago: reminiscencias de lo que fue una verdadera revolución en lo profundo. Para nada en detrimento de una expresión legítima y más que todo confirma cuan humana es la imperfección. Así lo siento mientras veo la serie de dibujos al grafito sobre papel donde, junto a un pez fálico, hombres y mujeres alados –ya sea compartiendo un mismo espacio o no– intercambian posturas y ademanes, ora masturbándose ora escenificando un ritual de sexo oral extremo, cuasi canivalésco. Materializando ese amante deseo que en algún momento hemos sentido de entrar por los poros; de más que estar, Ser en el otro.
Obsesiones del alma y de la carne como testimonio de la angustia que presupone asumirnos desde la dualidad. De esta suerte, se perfilan ciertos conceptos en fraterna controversia: viejo-joven, masculino-femenino, blanco-negro, volumen-plano, demonio-ángel, ausencia-presencia, micro-macro, vida-muerte.
En una pieza de regusto post-cubista, realizada en una temprana etapa de su vida, se nos presenta la dualidad blanco-negro en un díptico donde aparecen dos familias. En una todos son de piel blanca, en la otra de piel negra. Las analogías en la composición, la disposición y orientación de las figuras, el uso del color y el carácter de la pincelada, así como el dibujo de los personajes y el manejo de las proporciones -creando una relación de complementación- decretan equivalencias más allá de un cambio de color en la piel y el contraste entre el inquietante dramatismo de uno y serenidad del otro. Con lo cual el propósito curatorial se orienta hacia un Aute de mirada inquieta y aguda que percibe en la diversidad la auténtica expresión de lo real.
Esta dualidad contrastada se hace palmaria una vez más, pero ahora entre los dos extremos de la escala cromática con un diálogo entre volúmenes y planos desde un contrapunteo en blanco y negro. Resueltas desde gruesos empastes de pigmentos, emerge de la superficie del cuadro la polifonía de grises que modelan y conforman una curiosa analogía entre macrodígitos, ojos y cerraduras. Denodada alusión a formas penetrantes y penetradas que se infieren mutuamente; alegóricas al sexo masculino y femenino como enigmático ademán, donde los dedos bien pueden ser la contraparte de la cerradura, mientras que el ojo, la promesa de develar lo inmenso, oculto tras la brevedad.
La dicotomía joven-viejo se expresa en los retratos y autorretratos aquí el tiempo agazapado se adivina, cual edénica serpiente, portando la semilla de la incertidumbre. Intentos recurrentes en diferentes momentos de su vida, de cristalizar un instante, dar captura a esa entidad movediza que suele ser nuestra identidad, con lo cual termina trascendiendo su propio rostro para devolvernos los rasgos de lo transitorio.
De igual suerte la relación femenino-masculino como “dicotomía imantada”, en la que sus dos componentes aparecen continuamente enfrentados pero no a la manera de contrarios sino a la manera de “unidad escindida”. Dicha unión es representada por el autor a partir de senos femeninos con pezones en forma de glande. Subraya así, profundas analogías esenciales, brindando a su vez, el justo valor a las distinciones. Es quizás el anhelo de esa sintonía total cuyo fundamento solo puede ser el amor con mayúsculas pues implica la superación de las dualidades y se vivencia como un sentimiento universal de amor a la vida. Es así que utiliza grandes formatos circulares aprovechando toda la fuerza absorbente que desde el punto de vista perceptual irradian estas formas. Para discurrir sobre el origen de la vía láctea y de los agujeros negros, fenómenos solo expuestos al conocimiento humanos a escala macro, que ahora Luis Eduardo Aute lo resuelve a partir de gigantescos close up de un seno, o un ojo humano.
Las dos extremos de la humanidad: el ángel y el demonio, con sus muy amplios matices de querubines, humanos alados o humanos abestializados, están también representados en la muestra, curiosamente personificados a veces por el rostro del propio autor a la manera de un autorretrato. Al modo post-cubista, expresionista, surrealista, pop, neorrealista, el rostro puede ser el pretexto perfecto para explorar cualquier técnica o estilo. La obra como espejo, que más adelante retomara en obras como “soy nadie”, Como si quisiera señalarnos en el artificioso juego de los espejos, una clave cardinal para acercarnos a la esencia de nuestra identidad como algo que supera lo aparencial. Tenemos disponibles de manera inmediata nuestras manos, pies o cualquier parte de nuestro cuerpo pero no podemos vernos el rostro sin auxiliarnos de una superficie reflectante fuera de nosotros. Que devuelve siempre como respuesta a la interrogante, lo virtual, intangible e ilusorio. Sin embargo durante toda nuestra vida, la reafirmación existencial es el propósito final de cada reconocimiento a nivel físico. Y es que como resultado de la creación, tenemos instrucciones de uso, pero no sabemos descifrarlas. Quizás esta pequeña “imperfección de fábrica”, advierte los peligros del ego y confirma que nuestra esencia humana no esta al alcance de nuestros propios ojos. Creo que quizás por esa razón la persona que observa los cuadro de la muestra junto a mí dice: “yo me siento así” y no “yo soy así”, cuando señala el retrato de un ser sin facciones que como un amasijo chorreante se sumerge en la indefinición. Pienso por tanto que la figura del artista como re-creador es imprescindible para no perder los transparentes lazos con nuestro origen, con nuestra verdadera naturaleza, que no es ni lineal ni unilateral, sino plural y dinámica. En su afán por acercarse a la verdad, el artista, comienza viendo y entrenando sus ojos hasta que, después de muchos intentos, las limitaciones de estos órganos pueden vencerse con el entrenamiento de la mente y la memoria. Así transcurre hasta que se da cuenta que esta dando vueltas en círculos y es cuando logra vencer la tiranía de la mente y ve la luz.
Es posible vivenciar la intimidad desde una serie deliciosa de pequeñísimos apuntes a lápiz, que testimonian el monólogo interior de Aute e incluso el diálogo entrañable con la obra de maestros como la propia Frida, Duchamp y otros, testimoniando la ardua búsqueda de dar forma inteligible a toda una exuberante y fecunda maraña de reflexiones, sentimientos e ideales propios.
El criterio curatorial que se siguió para darle organicidad a la muestra, reserva para al final del recorrido toda una serie exquisita de grandes lienzos con figuras semi-humanas, aladas, levitantes, que transpiran esa angustia muy española, heredad del catolicismo. Tan arraigado en el modo de ver, pensar y actuar del peninsular, que tan bien se expresó en las esculturas de madera policromada cuando el barroco pobló las iglesias católicas. Con lo cual vemos alusiones directas al cristo sufriente de espinosa corona, pero también otras alusiones muchos más sutiles donde igualmente el martirio purificador se formula como alternativa salvadora. Todas impecables desde el punto de vista técnico, con un manejo totalmente cabal del dibujo y la mancha. Expresiva en grado sumo, superando cualquier insípido coloreado sobre el andamiaje dibujístico. Y sí palpitante en ese impulso contenido y magistral que solo puede brotar de una acción que nace del convencimiento raigal de la expresión y no el capricho estilístico que busca la cómoda brecha del los “istmo”.
No podemos hablar de una linealidad, sí de una organicidad ondulante en progresión de su obra plástica; quizás lo mejor de “este” Luis Eduardo Aute, todavía está durmiendo la vigilia del no nacido en la sabia de su alma y algunas personas piensen que lo mejor que hace es seguir cantando. Pero, apuesto por el libre curso a la expresión, cuando es auténtica más allá de esa carrera intelectual frenética en que se alistan algunos artistas con el único afán de erigir desde la fugacidad de una acción aislada el próximo istmo que revolucione el arte, colocándose a la sombra de la más actual de las tendencias, disfrazando de trasgresor el oportunismo. Pienso que lo verdaderamente perdurable escapa de tendencias y clasificaciones en su esencia y responde a un reclamo interior.
Y es justamente esta defensa de lo auténticamente humano por encima de cualquier rebuscamiento o torcimiento pretensioso, lo que encuentro de invaluable en esta muestra que hemos tenido el gusto de disfrutar allá en las generosas salas del Museo Nacional del Bellas Artes de La Habana.
HannaG.Chomenko
Mayo2008